Publicado el 23 de julio de 2021

Por Oriana Álvarez

Durante la coyuntura económica, política y social actual, Barranquilla sigue siendo una ciudad atrayente para los migrantes.

Barranquilla ha sido una de las ciudades en Colombia más marcada por la migración. Durante el siglo XIX y la primera mitad del XX llegaron miles de extranjeros en su gran mayoría alemanes, ingleses, italianos, judíos, árabes y holandeses que se asentaron en el principal puerto del país generando importantes transformaciones en la ciudad; por ejemplo, construyeron fábricas de zapatos y textiles, fundaron los primeros clubes sociales y bancos; y conectaron a través del ferrocarril el mar con el río. El rápido ascenso de Barranquilla a finales del siglo XIX se dio no solo por factores geográficos como la cercanía al río Magdalena, que era la principal vía de entrada y salida de las mercancías al país, sino por los flujos migratorios de familias del Caribe y del exterior que se instalaron en la ciudad para potencializar su desarrollo.

La llegada de norteamericanos se remonta a finales del siglo XIX con la fundación de los Colegios Americano y el emblemático barrio Boston. En 1920 el barrio Prado con capital de la familia Parrish es referente del desarrollo y modernidad de Barranquilla. Los italianos, arribaron a la ciudad en 1870 y aportaron su condición comercial estableciendo fábricas de pasta y almacenes de calzados. Por su parte, los alemanes llegaron en 1850 y su influencia se vio reflejada en el sistema de transporte y en la educación. En 1871 una empresa alemana construyó el tramo de una línea de ferrocarril entre Barranquilla y el puerto de Sabanilla impulsando la afluencia de empresas navieras a la ciudad; y en 1913 se inauguró el colegio Alemán que es uno de los colegios alemanes más antiguos del país.

El dinamismo que traía Barranquilla se fue perdiendo durante la segunda mitad del siglo XX; puertos como el de Cartagena y Buenaventura ganaban importancia, y el centro económico del país se mudaba al interior. Fue desde el inicio del siglo XXI que su apertura y ventajosa ubicación geográfica volcó la atención de nuevas olas migratorias de grupos poblacionales; algunos de ellos atraídos por las oportunidades de libre comercio y otros en busca de mejores condiciones de vida.

Durante la coyuntura económica, política y social actual, Barranquilla sigue siendo una ciudad atrayente para los migrantes. Es una de las que más población venezolana recibe después de Cúcuta, lo que ha llevado al gobierno local a implementar políticas públicas focalizadas en su atención social y humanitaria. Desde el punto de vista económico, no existe consenso sobre el impacto que estos movimientos migratorios internos y externos generan sobre las ciudades, países, regiones donde se generan. Por un lado está el argumento cuya explicación se basa en la ley de oferta y demanda, y concluye que la oferta laboral aumenta impactando el salario de todos; los migrantes se benefician pero los trabajadores nativos se verán afectados. Y por otro lado, los que consideran que los salarios ni el empleo formal de los nativos se perjudica ya que realizan diferentes trabajos, se encuentran en la informalidad o porque tienen talentos excepcionales que favorece que se conviertan en creadores de empleo.

La idiosincrasia barranquillera contribuye a que esta ciudad sea acogedora; lo importante es poder generar todas aquellas condiciones para que podamos vivir en sociedad. Aquellas naciones que saben aprovechar las competencias y destrezas de sus migrantes se vuelven con el tiempo más prósperas. La decisión de migrar no es fácil y tal como la poetisa Warsan Shire -refugiada somalí- escribió: “nadie abandona el hogar a menos que el hogar sea la boca del tiburón”.

Publicado en Columnas El Heraldo

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