Publicado el 4 de diciembre de 2020

Se observa que las empresas con niveles superiores de ineficiencia revelan menor acceso al crédito y planta laboral reducida.

Recientemente, Santiago Levy, planteó, respecto a la formalidad productiva en el contexto laboral, que lo realmente importante es entender cuáles son los factores que la restringen. Entre los mencionados factores, se encuentran: una regulación laboral que en la práctica grava la formalidad y subsidia la informalidad, al igual que restricciones en el régimen tributario y en la eficiencia de los mercados.

Sin embargo, algo que no debe pasar inadvertido es que la mayor parte del empleo se concentra en pequeñas firmas, las cuales perciben con mayor ímpetu los efectos de las rigideces del sistema laboral y el sistema tributario, imposibilitándoles de sobremanera el tránsito hacia la formalidad.

Tal es el caso de los micronegocios, que son unidades económicas con un máximo de nueve personas empleadas, que representan el 27% del tejido productivo del país, generan el 24,4% de la producción y concentran el 26,4% de los trabajadores ocupados.

Un estudio de Fundesarrollo (2020) expone cómo en materia de productividad, de estos establecimientos industriales, los mayores desafíos se presentan en ciudades como Barranquilla, en donde los niveles de eficiencia en el uso de insumos y capital productivo exhiben valores en un rango amplio y variado, que se conjuga con una mayor lejanía del uso óptimo (potencial) de los recursos. Se observa que las empresas con niveles superiores de ineficiencia revelan menor acceso al crédito, planta laboral reducida, y después de cierta antigüedad, caen sus posibilidades de incremento de la productividad (luego de 20 años). También se conoce que, atributos como la inscripción en el registro de Cámara de Comercio y el uso de capital TIC en el funcionamiento de las firmas, componen factores diferenciales en el aumento de la productividad.

El quid entonces es la relevancia que pueden tener iniciativas de crecimiento empresarial impulsadas a nivel local, teniendo en cuenta que aquellas de competencia nacional suelen tomar tiempo. Cuando las empresas crecen, lo hacen estimuladas por variaciones en los niveles de ventas e ingresos, que a su vez engendran la necesidad de un mayor número de trabajadores, aumentos en la proporción de insumos, y a su vez superiores inversiones en capital físico y tecnología. En este sentido, conviene recapitular las recomendaciones de Daniel Isenberg, quien se ha consagrado al estudio del crecimiento empresarial: I) demostrar que las firmas locales pueden crecer evidenciando el alto potencial del territorio; II) socializar las experiencias con el ánimo de generar motivación, atracción, inspiración y curiosidad; III) establecer compromisos entre los actores del ecosistema de apoyo; y IV) fomentar institucionalidad, que impulse la sostenibilidad de tal compromiso.

Naturalmente, el camino de la teoría a los hechos suele ser mucho más escabroso y extenso, pero una apuesta guiada sobre esos principios, hace referencia al programa de Caribe exponencial, iniciativa impulsada con el apoyo de la Fundación Santodomingo, Camarabaq, Probarranquilla, ANDI, Uninorte y Fundesarrollo, que le apunta a la aceleración empresarial y el fomento del emprendimiento de alto impacto en el Atlántico.

Publicado en Columnas El Heraldo

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