Publicado el 30 de marzo de 2020

“La economía informal no se conecta exclusivamente con los estratos más bajos o con los grupos poblacionales más empobrecidos» Kelina Puche, directora ejecutiva de la Fundación para el Desarrollo del Caribe (Fundesarrollo).

Hace un año, en una entrevista para un medio local, Kelina Puche decía: “hoy somos la primera ciudad del país con mayor inversión pública ‘per cápita’, una industria manufacturera en expansión y niveles de empleabilidad en crecimiento del 15%”. Esta sensación de optimismo y confianza era compartida por muchos en Barranquilla y su área metropolitana. Y es que para nadie es un secreto que la Puerta de Oro de Colombia, en comparación con el resto del país, desde hace varios años mostraba un crecimiento económico superior. El buen momento de la región se reflejaba en la disminución de la tasa de desempleo, la reducción de la pobreza y la construcción de grandes obras públicas.

Sin embargo, en una visita a la Universidad del Norte, también el año pasado, Kelina Puche advertía sobre los riesgos y amenazas en medio de la sensación de prosperidad. En ese momento, llamaba la atención sobre el empleo informal. La capital del Atlántico, en este ítem igualmente, estaba por arriba del promedio nacional. Un porcentaje considerable de la población barranquillera sustenta sus ingresos a través del rebusque y el emprendimiento; sin mencionar los municipios aledaños donde el porcentaje podría ser mayor. El llamado de atención de Puche, en ese momento, se dirigía al espinoso asunto de las pensiones. “Si bien hoy en día no lo vemos tan grave, en un futuro se va a ver reflejado en una crisis de orden nacional alrededor del tema pensional” —decía la economista que no sospechaba que su prevención ganaría una pertinencia inusitada, en otra dirección, gracias al covid-19.

Y es que, si lo miramos retrospectivamente, nadie en el Atlántico estaba preparado para el covid-19. Hasta hace un mes, en medio de los carnavales, hubiese parecido inoportuno y exagerado hablar de medidas de salubridad pública o cuarentena. Habíamos escuchado de la extraña y exótica gripa que había surgido en un mercado de Wuhan, nos deleitábamos con las noticias que hablaban de murciélagos, perros y serpientes, pero nadie alcanzó a imaginar que el contagioso virus podía llegar acá y mandar a la cama casi toda la economía.

Nadie en el Atlántico estaba preparado para el covid-19.

No se trata de decir que la región no conociera de virus o plagas. DengueChikunguña y Zika son algunos nombres que nos recuerdan el costo de vivir en el trópico. En lo que respecta a las gripas, estamos acostumbrados, más o menos, a un pico anual. De las más recordadas están El pasito tun tun, en la década de los setenta, y El abrazo del pato, en el inicio del siglo XXI, pero ninguna había obligado a parar la economía tan abruptamente. El covid-19 solo nos ha constatado que los procesos mundiales, en un mundo interconectado, influyen en las lógicas locales cada vez más de un modo inexorable. Pero, como muchos atlanticenses me pregunto: ¿cómo leer este cambio tan drástico? ¿Qué podemos esperar a nivel económico? ¿Cómo podremos afrontar esta dificultad? ¿Qué se le puede sugerir a la administración pública?

Para intentar responder a estas cuestiones, e informarme más del tema, decidí conversar directamente con Kelina Puche Carrascal. Ella muy amablemente recibió mi llamada telefónica y, desde su hogar, la directora de Fundesarrollo me contó algunas de sus impresiones sobre lo que está ocurriendo y su impacto en la economía local. En lo que sigue, intentaré recoger sus principales apreciaciones y conjeturas. Lo primero que me dice es que nadie estaba preparado para el covid-19. Y no se trata de un reproche, sino una realidad de la que debe partir la administración pública, la empresa privada y nosotros en cada hogar. Lo segundo que señala es la velocidad en que pasan las cosas. Todo ocurre con una aceleración vertiginosa, lo que hace difícil el análisis, diagnóstico y, por supuesto, cualquier predicción. Ninguna institución, pública o privada, podía prever mínimamente esto y muchas aún no pueden leer el momento; otras todavía están pasmadas. Además —agrega— ha habido una proliferación de información y no sabemos muy bien cómo escoger la que nos beneficia y la que nos sucumbe en la desesperanza. Hay ríos de información en las redes y en los canales oficiales. Estos factores nos ponen, de entrada, sobre un escenario escurridizo de coyuntura y emergencia.

Aprovecho y le pregunto por la relación entre informalidad y confinamiento. Me contesta diciendo que Barranquilla y su zona metropolitana tiene un número elevado de personas en la economía informal. Entre economía informal y confinamiento hay una paradoja: el confinamiento exige encierro y la informalidad necesita del flujo en las calles. Dice Puche: “el confinamiento lo que impone es, justamente, un dilema de supervivencia para los trabajadores informales que se desempeñan en el sector comercial, hotelero, alimentación y restaurantes (…) estos sectores concentran el mayor número de empleos en una ciudad como Barranquilla”. Basta con mirar por encima nuestro círculo cercano y encontrar que un familiar o un vecino trabaja en un restaurante, en comercio, en alimentos o transporte, etc. En los municipios vecinos, la situación puede tornarse más aguda, ya que el día a día caracteriza el sustento.

El confinamiento lo que impone es, justamente, un dilema de supervivencia para los trabajadores informales que se desempeñan en el sector comercial, hotelero, alimentación y restaurantes (…) estos sectores concentran el mayor número de empleos en una ciudad como Barranquilla.

Continua y lanza la siguiente idea: la economía informal no se conecta necesaria y exclusivamente con los estratos más bajos o con los grupos poblacionales más empobrecidos. En la economía informal —me subraya— hay personas de todos los niveles sociales. Desde la señora de clase media que tiene su negocio en el barrio, hasta el joven que trabaja en moto taxi, pasando por la veterinaria con su emprendimiento de mascotas o el padre de familia que tiene su vehículo (…) todos ellos tienen dificultades serias ahora mismo y entre más larga sea la cuarentena, la situación será más acuciante y espinosa. Por esto mismo, las bases de datos que se están usando no son suficientes. Si aceptamos que la economía informal no es exclusiva de los estratos 1 y 2, enseguida notamos que las listas de familia en acción, jóvenes en acción y el sisbén, se quedan cortas para cobijar a todos a los que tendrán dificultades económicas en la actual crisis. Un reto mayúsculo será cómo construir estas bases de datos, si precisamente la gente no está en la calle.

Por otra parte, aunque los mercados y las ayudas humanitarias son necesarias, no serán suficientes. Y esto se evidenciará a medida que la pandemia se haga más parte de la vida cotidiana y dilate la reactivación comercial. Las personas que viven de la economía informal necesitan algo más que alimentos. Basta con revisar nuestras propias lógicas domésticas para notar que los recursos se invierten de un modo más variado y complejo. Todos tenemos deudas, compromisos adquiridos, hijos, etc.

Antes de finalizar, le pregunto por la población venezolana que está en Barranquilla y el área metropolitana. Enseguida me interrumpe y me dice: “imagínate, muchos están llegando, sin tener aún solucionado el tema de vivienda o techo; esto hace más dramática la situación”. Y advirtiéndome que dirá algo impopular, lanza la siguiente idea: la población venezolana también deberá recibir algún tipo de ayuda. Así como la Nación decidió acogerlos y apostar por ellos, ahora también debemos pensar en ellos como uno de los grupos más vulnerables y abandonar cualquier tipo de egoísmo y xenofobia malsana. La mayoría de ellos engordan las cifras de la informalidad en nuestra ciudad y — ¡alguien debe decirlo! — han contribuido con la economía positivamente también.

Al preguntarle por los sectores de la economía que se verán más afectados, Puche Carrascal me dice que todo es relativo ahora mismo. Aparentemente, hay sectores que parecen salir beneficiados; por ejemplo, la industria de alimentos, de las bebidas no alcohólicas y la farmacéutica dan la sensación de que están en su mejor momento. Sin embargo, hay que ser cautos con las afirmaciones de este estilo. En medio de grandes y drásticos cambios, a la postre, y como en cualquier crisis, hay perdedores en todas partes. También, habrá empresas de alimentos y empresas de farmacéuticas que no la pasarán bien. Lo que sí es cierto —me dice con tono grave— es que la industria de la construcción y la economía inmobiliaria asociada a ella están absolutamente detenidas. Yo creo —afirma luego de un silencio— que precisamente la construcción será la llamada a jalonar de nuevo la ciudad cuando la tempestad se haya calmado. Habrá que pensar cómo se le ayuda desde la inversión pública, ya que esta industria nos puede sacar del lodazal.

Debemos unirnos como región, juntarnos alrededor de la solidaridad (…) El empuje que traíamos lo retomaremos y podremos encender de nuevo el aparato productivo del departamento

Para finalizar, la economista hace un llamado a mantener la calma y ser pacientes. A dejar cualquier egoísmo e individualismo. Tenemos que Trabajar en conjunto con las autoridades que hacen todo lo que pueden, y con sus equipos de expertos. Debemos ser conscientes de los límites que tenemos en el sistema de salud local (en lo que se vincula con el número de camas, el número de médicos y el contraste con el número potencial de afectados) y también tenemos que aceptar que esta dificultad la tienen casi todos los países ahora mismo. Me repite: a todos, el covid-19 nos tomó por sorpresa y en esto compartimos la vulnerabilidad. Cierra con esta reflexión: debemos unirnos como región, juntarnos alrededor de la solidaridad, tener una lógica del cuidado propio y comunitario. El empuje que traíamos lo retomaremos y podremos encender de nuevo el aparato productivo del departamento. Este tipo de pruebas saca lo mejor de las personas, y seguramente nosotros como región también haremos lo mejor.

Publicado en La Silla Llena

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