Publicado el 2 de Julio de 2019

Según el Censo RAMV, Atlántico ha recibido a poco más de 43 mil migrantes venezolanos en su territorio, concentrándose cerca del 60% de éstos en su capital, Barranquilla. Así, el departamento se posicionó como el tercero con mayor migración venezolana del país. Si bien, el primer impacto de la ola migratoria ha sido una fuerte presión sobre los servicios sociales básicos (educación, salud y vivienda) y sobre el mercado laboral el departamento y la ciudad de Barranquilla vienen absorbiendo de forma positiva el fenómeno, al punto que la ciudad mantiene una senda de disminución en el desempleo y de la informalidad.

Esto se debe a que cerca del 77% de población migrante venezolana cuenta con edades de entre 21 a 40 años y educación media, que les permiten posicionarse como población económicamente activa, constituyéndose en un capital humano altamente atractivo para cualquier país en vía de desarrollo.

En línea con este potencial, el impacto de la migración venezolana podría concretarse en aumento en el potencial de crecimiento económico de Colombia. Según Fedesarrollo, podría aumentar entre 0,1 puntos porcentuales a 0,5 puntos porcentuales más del proyectado, con aumentos sucesivos de hasta 2 millones de migrantes económicamente activos a la economía del país. Lo anterior pone de manifiesto la importancia de vincular económicamente a los migrantes, pero esto debe ir de la mano con una inclusión integral que promueva la competencia leal en el marco de derechos y deberes civiles.

Una inclusión socioeconómica que les permita competir en igualdad de condiciones a fin de evitar deterioro en el mercado laboral local y la agudización de narrativas negativas y poco fundamentadas. Si bien es cierta la presión generada sobre los servicios sociales, no debemos caer en generalizaciones que terminan dificultando los procesos de inclusión; desde afirmaciones como los migrantes explican el aumento de la pobreza, o tienen disparada la informalidad y el desempleo, son hechos que deben analizarse a la luz de cada territorio.

Por ejemplo, Pasto se posicionó como la ciudad con el mayor aumento en los niveles de pobreza; sin embargo la ciudad no es protagonista del fenómeno migratorio. O, en el caso opuesto, Bogotá se alza como la ciudad con la mayor presencia de migrantes venezolanos pero sin aumentos de la pobreza en su territorio y por el contrario con significativas reducciones si se mira desde un enfoque multidimensional. Cambiar la narrativa hacía el migrante es una tarea pendiente que permitiría una inclusión efectiva y una nueva mirada a un migrante que es: consumidor, trabajador y tributante.

*Directora de Fundesarrollo

Publicado por la revista Semana

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