Publicado el 6 de mayo de 2019

Por Horacio Brieva

Esto dice el catecismo clásico de las finanzas públicas: la deuda es un instrumento financiero insustituible que usa el Estado para promover el desarrollo; el progreso es imposible sin una ampliación de los gastos; allí donde hay presupuestos bajos habrá más pobreza y atraso, y mayor población significa más necesidades que atender.

Barranquilla, cuyo principal desafío es vencer la pobreza, la informalidad y la desigualdad, requiere, no cabe duda, de presupuestos más robustos; de hecho, el actual ha crecido muchísimo respecto al que teníamos hace 10 años.

Sin embargo, nada de lo anterior contradice que el endeudamiento barranquillero debería crecer moderadamente. Recordemos que hace 18 años el Distrito llegó a un estado de inviabilidad para pagar sus obligaciones financieras y laborales. Tuvo, por eso, que acogerse a un Acuerdo de Reestructuración de Pasivos. La deuda de hoy, cercana a los 1,3 billones de pesos, es el doble de la que teníamos cuando adoptamos dicho Acuerdo en el gobierno de Humberto Caiaffa, cuya bandera fue el saneamiento fiscal.

En los últimos 10 años, los ingresos totales del Distrito crecieron un 131%. Según un estudio de Fundesarrollo, esto obedeció a que aumentaron los recursos propios y las transferencias nacionales, pero llama la atención que los ingresos por impuesto Predial han incrementado su participación en la composición tributaria de la ciudad, pasando del 23% en 2008 al 31% en 2018, mientras que los de Industria y Comercio pasaron del 42% al 32% en el mismo período. Ello significa que la Administración ha metido más sus manos en los bolsillos de las familias, a través de las elevaciones a los avalúos catastrales y del cobro de valorizaciones, sanciones y multas. De ahí las quejas ciudadanas por los cobros coactivos y los embargos de los inmuebles.

Los avalúos pasaron de 25,89 a 42,35 billones de pesos, lo que representa un 64% de incremento, y los ingresos por el Predial subieron el 86%. Un salto largo en materia tributaria.

Es bueno que sigamos progresando en ingresos y en el tamaño de los presupuestos y la inversión, pero no dejando caer el peso de los impuestos en los ciudadanos. Nuestros ingresos tributarios tienen que tener su fuente principal en la industria y el comercio. Además, sería el signo real de que Barranquilla está prosperando y superando el desempleo y el rebusque, que mantienen y ahondan las brechas sociales.

Seguir elevando el endeudamiento es insostenible con una frágil plataforma industrial y comercial. Hasta ahora tan solo ha habido reacciones sociales aisladas por los avalúos y la valorización, e incluso acciones jurídicas contra esta, pero la profundización de la pobreza, la informalidad y la desigualdad – en un contexto de mayor castigo tributario a los hogares – puede tener consecuencias explosivas. Tanto va el agua al cántaro hasta que se rompe.

Publicado en El Heraldo

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